Cristina pensó que su entorno le era hostil. Decidió cambiar
el ambiente y, pronto, se convenció de que era imposible. Leyó una noche a
Calderón de la Barca
y se compró cuatro máscaras: una para usar en el trabajo, otra, para cuando
estaba con su familia, otra para cuando iba al gimnasio y otra para ponérsela
con sus amigas. Al día sólo andaba sin máscaras cinco minutitos, los que usaba
para pintarse las uñas.
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