lunes, 2 de junio de 2014

Este es mi barrio


Salgo del portal de casa y me detengo. Hoy no quiero que sean mis pensamientos los que me dirijan al trabajo sino contemplar, como por primera vez, mi barrio. Y así, parado, miro a mi derecha. Ante mí se alzan árboles, verde y, al fondo, edificios. Lo que veo al frente me indica que estoy en una calle relativamente comercial; en el bajo del edificio marrón de seis plantas donde nunca, por cierto, se ve a nadie. Fremap (antigua Mapre) me recuerda que el orden de las palabras no altera el significado. Respiro hondo y comienzo a andar tranquilo hacia mi izquierda, así, sin prisas.

Doy unos pasos y el piar de unos canarios se confunde con el olor a ibérico y pata negra. Me distraigo con el grito poderoso de un energúmeno: “¡Sinvergüenza!”. Por lo visto, otro conductor más hábil le quitó el sitio. El injuriado conductor, al margen del mundo, recorre toda la calle para pagar en la oficina de la hora. Toda esta parte de la derecha de la calle está abarrotada de coches.

A la vez que rememoro el aroma a jamón, me tropiezo con otro olor, esta vez menos agradecido e inconfundible: ahora huele a sudor, qué asco, y es que, a pesar de ser lunes, miles y miles de individuos entran y salen del gimnasio: entran sonrientes, silbando, y salen agotados y pesarosos. Oigo sus conversaciones y me pregunto de qué planeta viene esta gente:

-¿Qué tal te fue el Zumbafitness?
-Yo me apunté al Body compact.
-Pues yo al Body pumb.

Mientras medio me mareo pensando en estas artes, me alivio pensando que en la otra acera hay gente normal, que desayuna tranquila y compra pan recién horneado en la tienda de al lado. Sigo andando y decido comprar una cajita de aspirinas. Cualquiera de los dos hermanos me atiende con razonable eficacia.

Salgo de la farmacia y, de repente, me encuentro en otro mundo: ¡es la invasión China!, me digo. En mi acera hay un gran bazar, que me anuncia rebajas del 30% y enfrente está la Academia de Magia, donde Zuan Xen imparte clases los viernes por la tarde. Al lado, se erige el Dragón Rojo, un enigmático restaurante chino, en el que, durante los diez años que llevo viviendo en esta zona, nunca he visto entrar nadie allí. Sigo andando y qué me espera: pues sí, otro bar, que para algo somos españoles y necesitamos relacionarnos y hacer networking: bullicio, risas, algunas ojeras y olor a café recién servido. Ahora mi vista cruza la calle y se encuentra con el azul de la tienda azul de ropita de niños. Eso sí, azul esperanza, que, como esto siga así, será lo único que dejemos a las nuevas generaciones.

Y ésta es mi calle, cargada de magia y misterio oriental, con sabor a pan recién hecho, a jamón exquisito y a sudor deportivo, con edificios marrones de los años ochenta, que, en sus bajos, albergan salud, seguros y relaciones.


Este es mi barrio, y por muchos años.

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