Cuando Rodolfo se enteró de que Dalí no sabía sacar entradas
para el teatro, su anhelo de saberlo todo y comentar de todo para no parecer un
inútil, se le antojó banal. Entonces, comenzó a admirar más a su mujer,
Engracia, que en tantas ocasiones le había indicado con su mirada que estaba
más guapo calladito.
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