lunes, 7 de septiembre de 2009

Testimonio de uno de mis hermanos, David


Mi paso por Guadaira (1999-2004)

“Chico rebelde”


Llegué a Guadaira con los aires propios de un “chico rebelde” (termino que me apropió un residente, David Falcón): autosuficiente -algo chulo-, con ganas de comerme el mundo, y alejado de Dios, a pesar de proceder de una familia católica practicante.

A mi padre le dije que iría a Guadaira para un año, no más, pues mi pretensión era vivir en un piso y hacer “lo que quisiera”, sin horarios, una vez acabara el primer curso. La realidad fue bien otra: estuve los cinco años de carrera en el Mayor.

“Si quieres, te busco otro Mayor…”

No pasó un mes cuando el director entonces, Jaime Huerta, me abordó y en una salita me dijo a solas que no tenía sentido que siguiera con esa actitud, pues no estaba aprovechando los medios de formación que se estaban dando, además de que no se me veía estudiar mucho. Tenía toda la razón. Así que me planteó que me fuera a otro Mayor, porque mi sitio lo podía ocupar otra persona. Estuve unos días asimilando esto y decidí que yo no podía seguir así, sobre todo porque mis padres no se lo merecían. Así que, poco a poco, surgía mi cambio.

Un accidente futbolístico

A mi parecer, a Dios no le bastó enviarme este aviso, pues al mes siguiente, después de mucho deporte -prácticamente jugaba al fútbol todos los días- me torcí la rodilla rompiéndome el menisco, lo que implicaba unos ocho meses sin hacer deporte. Esta contrariedad me vino muy bien: por un lado, se eliminó de golpe el fútbol que tantas horas dedicaba, por lo que pude -por fin- dedicar más tiempo al estudio; por otro lado, pude palpar el cariño de los mayores -los becarios y directores- con detalles concretos que me animaban cada día. Recuerdo la amabilidad que varios pusieron en traerme y llevarme la bandeja de comida en el desayuno, almuerzo y cena, pues estuve tres meses con muletas. Me daba cuenta de que el Mayor era una familia, y que no podía estar en mejor lugar para mis años de carrera en los que se madura tanto la personalidad, por el buen ambiente de convivencia que se respiraba. Estaba seguro que de allí saldría con muchos amigos, amigos de verdad.

Primeros palos académicos

Llegaron los primeros exámenes en febrero, y ¡sólo conseguí aprobar una asignatura! Esto no podía permitírmelo y comencé a estudiar con más intensidad. Pero los buenos resultados no llegaron hasta dos años después, donde -por fin- casaba el resultado con el esfuerzo invertido. Fueron años donde aprendí a estudiar con eficacia y excelencia, siguiendo el ejemplo y recomendaciones de otros colegiales, entre otros, Gabriel Valverde, David Falcón, Ramón Villagrán, José Luis Toledo, Antonio Montalbán, Alfonso Moresco, Juan Morcillo, Alfonso Casasola…no me puedo olvidar de Javi Sánchez y Nico Molina, que aunque no eran residentes -venían al colegio como adscritos- supieron dar un buen ejemplo de estudio.

Corazón inquieto

Desde primero de carrera estuve saliendo con una chica. Dos años después, un acontecimiento singular fue el origen de mi posterior “conversión”. Me levanté una mañana –en el Mayor, habitación 7- y me puse a llorar. El motivo fue que de repente vi muy claro que esa chica no era para mí, que Dios me pedía otra cosa. Al principio no lo entendía: “¡pero si yo la quiero…! ¡Pero si ella me quiere!”. Más tarde lo comprendí, y es que Dios te hace ver las cosas, cuando uno confía en El y sigue sus inspiraciones.

Es a partir de entonces cuando inicio una conversación con Dios, y quedamos en que todos los días iría a misa, pues estaba seguro de que allí encontraría lo que Dios quería de mí. Así, me hizo ver el matrimonio como una realidad posible, tal como un cristiano lo entiende: unido a una mujer piadosa con la cual educaría a los futuros hijos -sin límites, los que Dios me diera- en un ambiente familiar cristiano. Fue entonces cuando, al año y medio, conocía a Reyes, hoy mi mujer.

Mi vocación al Opus Dei

Tan pronto empecé a ir a misa, me planteé si Dios me llamaba al Opus Dei, para servirle mejor dentro de la Iglesia. Descubrí que Dios me quería muchísimo, que tenía un plan para mí, y que me pedía que fuera santo en medio del mundo, en medio de las circunstancias ordinarias de la vida: el estudio, la familia, el trabajo, los amigos. Este mensaje fue el que propagó San Josemaría, fundador del Opus Dei, por todo el mundo. Puedo contar que entre ese año y el siguiente pedimos la admisión a la Obra varios residentes de Guadaira, además de otros amigos que se fueron acercando a los medios de formación que allí se daban.

Ultimo año de carrera

Y último en el Mayor. Fue apasionante: me quedaban muchas asignaturas para acabar -entre otras, las famosas asignaturas de libre configuración-; estaba saliendo con una chica que sólo podía ver durante una hora diaria –pues ella estudiaba y trabajaba-; seguía un plan espiritual diario, propio de los fieles del Opus Dei, que se concretaba en la asistencia a misa, ratos de oración por la mañana y por la tarde, lectura del evangelio, y rezo del Rosario, entre otros; y todavía me daba tiempo de jugar al fútbol con los amigos y salir los fines de semana por la maravillosa Sevilla.


No puedo dejar de dar gracias a Dios por los años en Guadaira, y porque nunca olvidaré que fue allí donde empezaba mi camino como cristiano en el mundo.


Pie de foto: de izquierda a derecha, Ramón Villagrán, Gabriel Valverde y David Cercas, autor de este artículo.


Autor: David Cercas Rueda

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