Últimamente he cursado dos talleres de escritura creativa, por lo que las próximas entradas van a ser relatos que he creado en estos meses. Os dejo con el primero de ellos, en plan autobiográfico (en parte):
21 de febrero de 2013.
Hace una semana que acaba de contratar al “Asesor” para resolver los pequeños
probremillas, que como una losa, pesan sobre sus espaldas. Aun con muy buenas
referencias, solicita de Clarisa una breve descripción de su marido para poder
reconocerle nada más le vea bajar del tren. Sin prisas, ya en la estación, saca
del bolsillo de su vieja gabardina el papel impreso del e-mail que ella le ha
enviado, y para sus adentros, comienza a leer:
“Estimado Sr:
Miguel Angel Cercas, a
la sazón mi marido, tiene 46 años, mide 1.80 centímetros -más de lo que yo
quisiera, que se tiene que agachar cada vez que le quiero dar un beso en la
calva- y pesa 71 kilos, un poco delgado ¿no cree?; Siempre ha sido un poco
enclenque pero muy flexible, que en los Marianistas de Jerez donde nos
conocimos le llamábamos Gominolo. Es de
nariz aguileña o cleopátrica como diría mi madre, ojos saltones y piel
agitanada. Le verá bajarse del tren con andar decidido, pasos cortitos y el
cuerpo erguido: camina como montando a caballo, la espalda siempre, siempre,
siempre recta. Es un buen hombre, un poco despistadillo y “dúctil y conciliador” como Chamberlain
(¿En su país no le describían así en los libros de textos?). Peina canas que le
confieren ese aire de madurez contenida. De ojos castaños, su mirada es…
acogedora, limpia, comprensiva. Cree que viste elegante: no se da cuenta que
soy yo quién le compra la ropa. Al principio te parecerá -perdona que te tutee-
muy serio y callado, pero es que es su manera de afrontar situaciones y
personas que apenas conoce. Poco a poco se te irá abriendo y, entonces, ya
verás llegaréis a ser grandes amigos. Más que reír, sonríe. Yo nunca le he
visto cabreado. Reflexivo, no suele decir lo que primero se le ocurre: ni lo primero,
ni lo segundo ni lo tercero, vaya, que es dificilísimo saber en qué piensa. El
se cree joven, pobre iluso: sólo tienes que sacarle un día a cenar y trasnochar
y ya verás cómo lo encuentras al día siguiente. No sé si te había dicho ya que
es despistado, y lo sabe, por lo que no te sorprendas si le ves continuamente
con su agendita azul tomando notas, que son recordatorios de citas, de cosas
que tiene que hacer o pensamientos que no quiere olvidar. Es muy gracioso:
estás viendo “Ladrona de libros” en el cine, y saca su agenda y apunta: “no
bajarme en papyrenet ladrona de libros”; estás viendo “El lobo de Wall Street”
(mala, malísima) y apunta: “ver qué imagen estoy dando a mis clientes”… La
verdad es que tiene una memoria muy selectiva, vamos que se acuerda de lo que
le da la gana: no se le olvida una cara, pero no recuerda ni un nombre (el mío sí, pero es que llevamos 10 años
casados); recuerda olores pero ni idea de colores; recuerda promesas. Más
emocional que racional, su sí es un sí y su no es un no: no le gustan las
medias verdades. Yo si fuera tú, y no es por nada, con el follón que tienes no
dudaría en contratarlo.”
El alto funcionario
mira el tren que se acerca y rememora lo que del “Asesor” leyó en la Wikipedia:
“Apasionado en sus labores: estudiante, investigador, abogado, gestor,
escritor, asesor…”
Por primera vez en
mucho tiempo sonríe.